Formar parte de una comunidad es imprescindible para la supervivencia; sin embargo, la calidad del entramado relacional que la constituye hace la diferencia.
El entorno tiende a desplegar estrategias atávicas de conservación o, por el contrario, fomenta la actualización de sus dinámicas, ajustándose a las orgánicas demandas de transformación que surgen periódicamente; presiona por mantener a sus componentes dentro del molde o alienta el desparrame de los mismos, en favor del progreso.
El entorno desempeña un papel determinante en la definición de nuestra personalidad y condiciona profundamente cómo participamos en la vida, de modo que deviene un elemento que, tarde o temprano, debemos atender para evolucionar.
El panorama invita a descubrir (y a divulgar) los mecanismos que explican las tendencias relacionales que nos envuelven en la actualidad y a revisar el papel que jugamos, personalmente, en la retroalimentación o la modificación de los mismos.
Podemos permanecer involucrados en entornos que comprometen nuestro libre desarrollo o seleccionar a quienes nos apoyen, en nuestro viaje personal; podemos ser entorno que constriñe… o MEDIO que facilite y promueva el llamado de cada quién a encontrarse consigo y a revelar su individualidad.
¿Nuestro entorno coopera con nuestro bienestar?, ¿respeta nuestros procesos, tiempos y límites?, ¿respalda el desplegamiento de nuestra naturaleza?, ¿incentiva la conquista de nuestros propósitos?
Y…, ¿qué hay de nosotr@s?
¿Protagonizamos comportamientos respetuosos, nutricios y enriquecedores para nuestro círculo?, ¿favorecemos la auténtica expresión de quienes nos rodean?, ¿contribuimos a su expansión?
¿Somos obstáculo o somos sostén, alimento y estímulo?
